miércoles, 2 de septiembre de 2009

– Llegó un día en que yo realmente me convencí de que el ser humano occidental estaba preparado para querer con la misma intensidad a varias personas al mismo tiempo, y empecé a pensar incluso que el amor no era ya unidireccional, y que alguien podía estar enamorado por igual de más de una persona. Pensaba estas tonterías sinceramente y necesitaba que me dieran un bofetón para bajarme a la cruda realidad. Entonces llegó Bourgeoise y me recordó que cuando uno se enamora de verdad – signifique lo que signifique eso, tú ya me entiendes – no existe posibilidad de querer a otra persona cualquiera de la misma manera, con la misma intensidad, por mucho que uno quiera empeñarse, por desgracia. Aunque quizá esto sólo sucede cuando uno tiene veinte años, ¡qué sé yo!

– ¡Malditos seas, Prochain! – oigo que gritan desde algún lugar de la cafetería – ¡Deja de hablar de Bourgeoise, estamos hartos!

Yo entendía que estuvieran cansados, que estuvieran aburridos hasta la náusea de mis diatribas y mis quejas lastimeras durante meses en la misma mesa del café Kafka con un café bautizado con coñac delante y leyendo el periódico con interés, pero me importaba un carajo lo que tuvieran que decir los de las demás mesas sobre el asunto, joder. Eché un vistazo rápido al local desde mi rincón y vi que los que me mandaban callar eran de la Facultad de Derecho. Era lo que me faltaba.

– Callaos vosotros, grandísimos hijos de puta, siempre taladrando mi cabeza con vuestras estupideces y no podéis aguantar que hable un rato de mis problemas, ¡al carajo, MALNACIDOS!

Las cosas no solían ir así de mal antes. Yo estaba mucho más relajado, dormía por las noches, hacía las cosas que hace un chico sano normal. Bueno, me mantenía en los límites de la cordura y eso es más de lo que legítimamente se puede exigir a alguien que viva en este siglo. Y por supuesto que el Café Kafka no era un hervidero de furias mal curadas, como ahora. Todo por culpa de la Revolución. Esa maldita rebelión estudiantil de tres al cuarto que yo había amado intensamente durante las largas solitarias noches de todo un invierno y toda una primavera, peleando por los que ahora me exigían responsabilidades y me hacían reproches. Hasta había cabrones que me querían denunciar, a estas alturas. Cómo Al Capone, Clochard y yo eramos mafiosos culpables de docenas de asesinatos que íbamos a acabar en la cárcel por evasión de impuestos.

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