domingo, 8 de febrero de 2009

Y más tarde se abre por fin la Plaza de la Virgen, colmada de efervescencia subterránea como siempre, y de restos tirados por doquier de acontecimientos y umbrales, del burbujeante alto mando de la revuelta que va de acá para allá sin detenerse, y parece fluir en paralelo como un déjà vu andante; llena a rebosar de la interminable historia ambulante de la locura, de viejos amigos que elaboran planes alados para contrarrestar las fuerzas de poder de la aristocracia terrateniente, y de un océano aun mayor que todo de violencia, promiscuidad, orgullo y nada. Y allí está sobretodo la suavidad del beso, y echamos a andar hasta el puente, lidiando con los borrachos de siempre, y la detengo en seco dejándola quieta a merced del viento un segundo, y qué frío, esperando a que mi lengua se suelte, pero permanece trabada, y llevo todo el día tratando de reprimir el impulso autocondicionado del morderse-la-lengua sin éxito.

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